Leyendas de Madrid, I
Madrid, muralla y conventos
La decisión de establecer en 1561 la capitalidad en Madrid respondía más a la idea de asentar la corte para evitar los continuos traslados propios de una corte itinerante que a la de crear una gran ciudad capital.
El entorno de la antigua Madrid ofrecía bosques y cazaderos del gusto de la monarquía, un clima más benigno respecto del cálido sur toledano y del frío norte serrano y una situación céntrica en la península y próxima a otros sitios reales (La Moncloa, Casa de Campo, El Pardo, Valsaín o Aranjuez).
En el contexto renacentista del momento, en el que imperaban nuevos modelos urbanos alternativos a los medievales, Madrid habría encajado a la perfección como villa recién designada como corte, pero fue una gran oportunidad perdida pues nunca estuvo en el punto de mira de los intereses de la corona, que no proporcionó medios suficientes.
El Renacimiento planteaba un modelo urbanístico utópico para el contexto europeo. En Europa, las grandes capitales lo llevaban siendo durante siglos y, por tanto, estaban ya consolidadas y con crecimiento lento. No podía llevarse a cabo una gran reforma urbanística de manera sistemática en todas ellas. Lo que sí podía hacerse para “modernizar” esas ciudades -y con ello introducir los nuevos planteamientos renacentistas- era reformar pequeños espacios urbanos, pero éstos siempre iban a ser intervenciones menores y de tamaño reducido respecto del conjunto total. Quedan escasos testimonios de este tipo de “ensayos” (intervenciones en Roma, ensanche de Ferrara, ciudad de Palmanova, de carácter defensivo, Palermo o la plaza de Pienza) que fueron posibles gracias a la obstinación de personajes verdaderamente modernos como Scamozzi o Rosetti y a tratadistas como Alberti, Filarete, Giorgio Martini, Lorini o el mismo Leonardo da Vinci, con intenciones claramente reformadoras y progresistas, incluso décadas antes de la designación de Madrid como capital. Buenos precedentes que no serán aplicados al caso de Madrid.
El caso de Madrid presentaba el escenario ideal para el planteamiento descrito: Una ciudad pequeña existente alrededor de la cual se podía crear una “ciudad nueva”, capaz de albergar todas las necesidades de una capital de un imperio naciente.
Ese Madrid del momento respondía a una urbe de tamaño reducido en comparación con otras ciudades sedes de cortes o capitales. No contaba con las dotaciones necesarias para albergar el aluvión de servicios, personas, empleados, órdenes y sedes que iban a ser necesarias al triplicarse su población en menos de 140 años.
Sin embargo, algunos años antes de la designación como capital, Carlos I había mirado ya hacia la ciudad de Madrid y le había dedicado algunos arreglos al viejo Alcázar. Sí encargó un plan de “renovación global” de la ciudad a Juan Bautista de Toledo (arquitecto adjunto a la Basílica de San Pedro de Roma, en construcción por entonces, y posterior artífice de las trazas de El Escorial) pero el plan terminaría en mera declaración de intenciones. Quizá aquella utopía de ciudad renacentista hubiera sido posible.
El “plan” no se llevó a cabo ni tampoco ningún otro que contemplara las nuevas necesidades que la nueva capital iba a requerir como tal. El objeto principal de atención, inversión, preocupación y desvelo de Felipe II iban a ser otros “sitios reales” como El Pardo, la Casa de Campo, Valsaín o Aranjuez y, prioritariamente, El Escorial.
Esas decisiones fueron las causantes, en gran medida, de la situación de precariedad y desatención en la que la ciudad iba a permanecer hasta el siglo XVIII, con excepciones en forma de edictos y normativas insuficientes para lograr el cambio conveniente. Tampoco podría pensarse que los tiempos no fueron propicios para tales planes reformadores ni que no se contara con los medios, el conocimiento y los profesionales adecuados, ya que eso era precisamente lo que estaba ocurriendo en otras ciudades y territorios de la corona, tal y como iba a ocurrir en las nuevas ciudades americanas planificadas según el “damero español”, una retícula de calles y plazas, como todavía se denomina hoy.
Hasta el momento de la designación como sede de corte, la arquitectura más representativa de la ciudad, aparte del viejo Alcázar, correspondía a la de unos cuantos conventos y monasterios:
• Sto. Domingo el Real de Dominicas de Sto. Domingo de Guzmán, desaparecido
• Monasterio de San Francisco –el Grande ahora-
• Convento de Sta. Clara junto a iglesia de Santiago, desaparecido
• S. Jerónimo el Real -frente actual Campo del Moro, a orillas del Manzanares-, trasladado al actual emplazamiento
• Monasterio de Constantinopla de Franciscanas -en c/ Mayor, frente a pza. de la Villa actual-, desaparecido
• Monasterio de la Concepción Jerónima de Jerónimas, fundado por Francisco Ramírez, marido de Beatriz Galindo, desaparecido
• Convento de la Concepción Franciscana -junto al Hospital de La Latina en c/ Toledo-, desaparecido
• Ntra. Sra. de Atocha de Dominicos, el existente no conserva prácticamente nada del original
• Convento de S. Felipe el Real de Agustinos -“Mentidero de la Villa, en actual c/ Correo-, desaparecido
• Monasterio de la Piedad de Bernardas, -“Las Vallecas”, en actual Casino c/ Alcalá-, desaparecido
• Convento de Descalzas reales de Franciscanas Clarisas -“Ntra. Sra. De la Consolación”-, existente
• De las 13 iglesias parroquiales sólo se conserva San Nicolás en lo que fue antigua mezquita detrás de la C/ Mayor, San Pedro y San Ginés, sólo una parte original.
• Quedan, eso sí, algunos palacios y casas de nobles (El original Palacio de D. Alonso Gutiérrez que sería posteriormente Convento de Descalzas Reales, ya mencionado, la Casa de Cisneros, su fachada a la c/ Sacramento y la Casa de las 7 chimeneas, con profundas reformas posteriores
• En las afueras, el Palacete del Pardo de Enrique III el Doliente, posterior Pabellón de caza de Carlos I, construcciones en la Casa de Campo y ruinas de Valsaín
Tras la designación de Madrid como Corte, pese a la falta de reformas adecuadas, el número de edificios singulares comienza a aumentar (más conventos, más monasterios, palacios) y a llevarse a cabo algunas tímidas reformas urbanas como plazuelas que surgen tras el derribo de puertas de la muralla medieval al haberse construido ya la segunda cerca (Puerta de Moros al Sur, Cerrada al Sureste, del Sol y de Guadalajara al Este), ensanche de algunas calles (la C/Mayor se prolonga hasta Sol uniendo las antiguas calles de Platerías y Almudena) , salidas a cazaderos y accesos para cortejos reales (Puente de Segovia), aunque hubo una en particular que merece la atención destacar y seguir su rastro: la Plaza Mayor, la intervención urbanística más notable de Madrid hasta el siglo XVIII.
El origen de la actual Plaza Mayor fue el espacio consolidado de manera espontánea en la entrada a la ciudad al Este por la puerta de Guadalajara, actual Plaza del Comandante Las Morenas, junto al cruce de la calle Mayor con la Cava de San Miguel. Se trataba de un espacio extramuros a la antigua muralla medieval. El espacio generado respondía al uso de acogida, llegada e intercambio entre caminantes, comerciantes y vecinos.
Con los Trastámara ya se realizaron algunas intervenciones en el lugar pero será Felipe II en 1560 quien mande ordenar la plaza medieval mediante una nueva “traza” reguladora de aquel espacio.
Las consecuencias de la escasa atención prestada a la ciudad en el XVI son evidentes aún hoy en su centro histórico en cuanto a lo urbano y lo arquitectónico:
En lo urbano, porque la ciudad perpetúa el trazado medieval, porque la escala de los espacios públicos no es la que correspondería a la sede capital y porque la masa construida que se va a duplicar en menos de 100 años lo hace de manera espontánea e instalándose en los márgenes de viales principales ya existentes, como se hacía en el Medievo, sin planificación. Las nuevas calles, con cierta entidad reconocibles todavía hoy, responden a la necesidad de poder acceder a las nuevas viviendas adosadas a la antigua muralla por su lado exterior, resultando de ello las actuales Cava Baja o Cava de San Miguel, las cuales reproducen aquel perímetro amurallado en forma de camino de ronda. La necesidad de acoger a la gran cantidad de funcionarios, artesanos y demás profesiones que demandaba la corte se solventó con un edicto que obligaba a la expropiación forzosa de uno de los dos o tres pisos que pudieran tener algunas casas. El pueblo de Madrid, nunca amigo de imposiciones arbitrarias sobre sus usos y menos sobre sus reales, decidió a partir de entonces construir lo que se vino a denominar “casas a la malicia”, pues eran viviendas que aparentaban desde la calle no tener más de una altura pero en los patios interiores revelaban más de una.
La Plaza Mayor va a ser transformada una vez más en el siglo XVII, y no será la última. Entre 1617 y 1619 se le encarga a Juan Gómez de Mora reestructurar una “nueva Plaza Mayor de 120 x 94 m.” En aquel momento las casas eran de estructura de madera con ladrillo rojo en fachada, de 6 plantas y con soportales formados por pilares de piedra destacándose en el conjunto la Casa de Panadería por ser la única que mantenía arcos en los soportales. Era una nueva manera de habitar en altura, un anticipo a vivir en “pisos”. El conjunto que podemos ver hoy responde en gran medida a esta intervención del XVII, aunque habrá posteriores intervenciones.
Y en cuanto a lo arquitectónico, porque no se producen arquitecturas renacentistas sobresalientes (hoy contamos con algunos ejemplos incompletos como el resto del patio Plateresco de los Vargas, actual sede del Museo Orígenes de la Ciudad, la Capilla del Obispo de un gótico muy tardío pero con importantes decoraciones y carpinterías puramente renacentistas o la antigua portada del Hospital de La Latina en el acceso a la Escuela de Arquitectura de Madrid en la Av. Juan de Herrera de la Ciudad Universitaria, o muy alterados como los ya citados en página anterior) ni buenos exponentes de lo que se estaba realizando en sitios cercanos, nada en correspondencia con la escala de una nueva gran ciudad.
Tampoco van a trabajar en la ciudad los tratadistas y arquitectos destacados o, cuando lo hacen, sólo será en los aposentos reales con las notables excepciones del puente de Segovia “trazado” por Juan de Herrera, única obra de envergadura del momento que va a permitir el acceso directo desde el Alcázar al cazadero de la Casa de Campo y, de nuevo, la Plaza Mayor, a causa de un gran incendio en la misma con el consiguiente encargo de reconstrucción al mismo arquitecto Gómez de Mora.
Y, como adelantábamos, la historia de la Plaza mayor nos sigue sirviendo como hilo conductor de este repaso de la evolución de la nueva sede de corte española, ya que pocos años después del anterior incendio, se va a declarar otro, en la Casa de la Panadería, en 1672.
Autor: Santiago Moreno Cuéllar